– No estoy muy católico, déjame aquí en mi rincón observatorio, déjame tranquilo
– Vale, pero acompáñame a la farmacia por lo menos
– Bueno, te acompaño – hace como esfuerzo al levantarse animándose con la voz para impulsar el cuerpo – ¡Aaaaarriba! – da vueltas con la mirada buscando algo – ¿Dónde coño está la gorra?
– En la cabeza
Se lleva las manos y se la coloca.
Ya saliendo de la farmacia, le propongo volver dando una vuelta por el parque
– Venga, así no volvemos por el mismo sitio…y mira, allí en aquel banco a la sombra, me parece que veo a tus amigas
– Uy, mis amigas, si no salen nunca… serán los chavales…- pero se le anima el paso y va mirando a ver si distingue de quién son las cabezas que se ven a lo lejos.
– Hola Pablo ¿Qué alegría verte? Que he oído que te has caído… Siéntate con nosotras
– Miga, egstaba contando que ayeg, sentada en el baño vi unas pequeños animales que se movían pog el suelo y gápidamente – hace el gesto de coger un pulverizador y usarlo hacia unas hormigas – las eliminé a todas, pogque no quiego que viva nadie en mi casa, me gusta mucho estag sola…y también me gusta estag aquí y hablag con mis amigos, clago, clago…Y entonces ¿te has caído? Pego no te has hecho mucho, no te pregcupes, que todos nos caemos, lo que hay que haceg es levangtagse y seguig vivos…
Seguimos todos atentos al monólogo de la alemana y en un hueco entre palabras logra Vicenta hablar y se dirige a Pablo
– Pablo, ¿què hem de fer per no arribar a vells?
– Morir
– ¡Jajajaja, ai quin home!
De regreso a casa me explica que esa que hablaba tanto era la alemana del «Bar Trankilo», que ahora lo lleva su hija, el bar y que, aunque hablan alemán, se las entiende perfectamente…si estás atento, porque son muy simpáticas