Le tiembla demasiado el pulso en su lucha contra los elementos. Ha roto la maquinilla eléctrica, con su afán de hacerlo todo y luego ha ido escondiendo las piezas en el armario del baño, entre las toallas.
-Es que se ha debido romper la maquinilla
-Y luego ha desaparecido
-Algo así será
-Pues tendré que afeitarte yo, al viejo estilo

-¡Hay que ver qué cosas se aprenden en el barbero!
-Sí, ¿verdad? Será que como no hay nada que hacer, sólo esperar…
-Yo por ejemplo, aprendí a podar escuchando a un hombre que lo explicaba, ¡oye!, con todo detalle…Y yo me iba quedando con lo que decía y luego me fui a la viña y unos peros que había, osea que no eran perales de esos que dan peritas dulces, no, de esos no eran; lo que daban era unos peros duros y un poco ácidos, que iban muy bien pa ir bien del vientre -se ríe – Luego mi padre los vendía en la tienda y hacía esa propaganda…
Mientras me habla, termino el aseo, le ayudo a vestirse, le pregunto si quiere salir
– No, que estoy muy cansado. Me quedo aquí, que se está muy bien entre almohadones

Se queda con los ojos cerrados, en silencio. Voy a la cocina, pelo algo de fruta y vuelvo
-¿Te apetece comer este poquito?
Se asusta con mi voz y da un respingo. Mira el tazón con trozos de fruta
-¡Menudo florecieron esa primavera! y ¡Menudos peros dieron ese año! ¡Uy, daba gusto verlos!
Y vuelve a empezar desde el principio la historia
-No sé si te lo he contado, pero yoooo… aprendí a podar en el barbero…