El camino que va desde su cuarto a la cocina es un «agujero negro» que nunca se sabe a dónde nos lleva»
y aunque lo recorre conmigo de la mano
porque «este es un pasadizo que se mueve mucho», siempre va tembloroso porque, «a ver a dónde vamos a ir a parar ahora».
Ya sentado en la mesa, lo mira todo y no lo reconoce; quiere acabar cuanto antes con el trámite de la comida, que es líquida (unos batidos hiperproteicos que le ha recetado la neuróloga) y volver a «su pueblo donde tienen una chimenea más grande que esta casa y alrededor de ella nos sentamos todos los hermanos y mis abuelos y mi padre y algún vecino que entra, también cabe, fíjate si será grande»