Han pintado una esvástica en el suelo, por el camino que pasamos a menudo. Señala con el bastón
-Por aquí también hay nazis
Seguimos andando sin decir nada. Luego, vuelve a tomar la palabra durante la lenta y laboriosa acción de cambio de zapatillas
-En el pueblo quedó uno queee…Habría más, pero cuando perdieron la guerra los alemanes, se quitaron las camisas azules…Ese que digo guardaba mucho rencor y lo voceaba en el bar… También cantaba al estilo Antonio Molina y le invitaban a beber…Y luego en casa, a su mujer… ¡Uy! Tenían una purrela de hijos, ¡cada paliza una tripa! Ya cuando fueron creciendo se enfrentaron a él, porque salieron buenos…Y un día y que la emborrachó, la hizo beber, no sé si hasta con un embudo, dijeron… y el cabrón llamó a los hijos para enseñársela diciendo “Ahí la tenéis cómo se pone, por eso la pego”. Y ya los hijos no aguantaron más y se llevaron a la madre a Madrid. Luego y que apareció él con un saco de garbanzos para hacerse perdonar
-Y ¿le perdonaron?
-No… Acabó pidiendo por la calle. Y ya por últimas se tiró por una ventana. Eso dicen. Pero los hijos salieron buenos y trabajadores.