Hay un vecino que tiene el capricho de comprarle el huerto y como Pablo «se le hace el distraído», vuelve hacia mí su queja -No sabrás tú de quién es el terreno ese abandonado…Porque como Pablo no me quiere vender el suyo…pero dile que yo tengo preferencia por proximidad, en el caso de que alguna vez quisiera…
Le cuento a Pablo la oferta, y le digo que a lo mejor hay un tesoro escondido en este huerto, dada la insistencia con que ese hombre intenta conseguirlo.
– Un tesoro – menea la cabeza- Eso contó un padre, ya muy viejo, viendo que sus hijos no eran aficionaos a doblar el espinazo. – Escondío en el huerto tengo un tesoro, pero no me acuerdo dónde sastamente… Y los hijos, se pusieron a cavar la tierra mano a mano, con mucha devoción. Cuando el uno veía llegar al otro a casa, ya cansao y con las manos vacías, el otro se echaba su azadón a la espalda y se iba a ver si se lo encontraba… y así se pasaron día y noche sin dar descanso a la herramienta, al encuentro de esa escondía riqueza…
Y pasó, que cuando llegó el tiempo de la recogidaaa… vieron que era buena esa cosecha; las uvas que no cabían en las parras, los melones gordos y sabrosos, las bellotas, los higos, los peros, las olivas… que no daban a basto ¡vamos!, pa recoger de tanto como había…Y dijo el padre: ¡Veleahí!
*Dedicado a mi amigo Alejandro Corrales, que también cuenta este cuento (parecidamente)