Se dobla sobre sí mismo hacia delante y se le cae la gorra; voy hacia él, pensando en ayudarle, pero se incorpora él solo deshaciendo la postura con movimiento grácil, sin esfuerzo ninguno y me muestra sonriente lo que ha encontrado
– Es un indio – me dice – de juguete
– Yo creo que no, Pablo
– Pues con estas plumas así…¡Aaaah! Pué que sea ¿Cómo se llamaban? Unos que luchaban muy bien a la espada…Ya no me acuerdo, perooo… había por medio gente de Iglesia, alguien así como un obispo de Francia, muy dominante…y de éstos eran tres, ná más, que defendían a la reina – se ríe – y luego llegó otro así del campo y se reían de él a lo primero y así… Se peleó a espada con ellos y vieron que se defendía bien…¡Uuuuh, menudo era! ¡Daba unos brincos!…El resultao es que se hicieron amigos… y ya se fueron metiendo en más líos hasta que ganaron a los del obispo ese…Y estooo ¿Cuesta mucho de empujar?
– ¿Lo quieres conducir tú un rato? Y luego cuando te canses, te vuelves a montar…
– ¡Ah, pues van muy bien estas ruedas! ¡Funcionan divinamente! ¿Te quieres subir tú un rato? ¡Venga, que te llevo!