Hoy Pablo ha amanecido muy enfadado. Probablemente ya llevaba mucho tiempo levantado, con esa prisa y resolución desesperada que le entra cuando siente que el mundo no se quiere adaptar a su ritmo obsesivo. Cuando ya he preparado todo para ir al huerto…(a la hora habitual)
-¡Sí hombre, ahora voy a ir yo, a la hora de comer!
-Pero si faltan cuatro horas para la hora de comer, ni siquiera es la hora del bocadillo.
-Bueno, ¡tú dirás lo que quieras decirme! Pero yo estoy aquí a gusto y no me muevo…
-¿Ni siquiera sales a sentarte al sol en la puerta?
No me ha contestado, se ha hecho el «sordo» y le he dejado.
Más tarde ha llamado Michelle para invitarnos al aperitivo, con el»pretexto» de agradecer una reparación con cuerdas anudadas que le hizo Pablo en una cesta. Al ser informado del evento le ha cambiado la cara, se ha puesto su chaqueta buena y, delante de unas buenas cervezas, ha estado contando animadamente las bondades de su navaja ( que siempre hay que llevar una en el bolsillo) y lo ricos que están los tomates que él cría en su huerto
-…y la diferencia de sabor con los que venden por ahí ¡dónde va a parar!