Hoy ha estado en el parque esperando y «no se ha visto a nadie, ni siquiera a los que van a cuidar de sus nietos». Ha esperado sólo diez minutos, probablemente luego haya llegado alguien. Pero entre el tiempo de los relojes (ya os lo he dicho) y el suyo, hay un abismo.
Se aburre como un niño castigado contra la pared.
Me han entrado ganas de llevarle de la mano a las casas y preguntar: «¿qué no sale Vicenta?» como cuando acompañas a un niño pequeño a buscar amigos para que salgan a jugar con él.