-Entonces, ese abuelo, Pablo, no te gustaba mucho
-Ni me gustaba ni me dejaba de gustar, yo cuento las cosas tal como son…-Suspira con una sonrisita mientras remata la chumbera con la azada
– Si hasta dejó a deber algo a uno que vendía vino y aguardiente y tuvo que ir a reclamárselo a mi padre ¡las deudas de la viuda! Menos mal que le dejó y se fue – se acuerda de algo, deja la herramienta, hace una jarrita y con voz de misterio dice: – También había unas arañas que llamaban viudas negras, que tejían así unas telarañas para cazar… Decían que se comían al macho después de reproducirse y se quedaban viudas, claro… Pero yo eso no lo he visto nunca. Los que también picaban eran los «arraclanes», por eso cuando había que quedarse a dormir en la viña, nos subíamos a un risco grande que había, que en la parte de arriba hacía un liso como de resguardo y ahí se acoplaba uno el cuerpo muy bien
– ¿Es que las arañas y los demás bichos no se suben a los riscos?
-Pues no, más bien buscan sus escondrijos debajo de las piedras, no se las veía «porcima» así al descubierto…Y voy a dejar esto ya que me están empezando a doler los riñones…¡Ya no valgo pa ná!