-Ya no hay nadie que se venga a sentar en el banco…hasta que no vuelva el calor…
-¿Echas de menos, a tus amigos?
-Es que enseguida les parece que hace frío…y ya no salen…¡yo no sé dónde los tendrán metíos!
-Pues en su casa…Pero si hace poco te dijo una señora muy amable, que por qué no ibas a merendar y a pasar la tarde, que allí se reúnen tres o cuatro y lo pasan bien…Yo te acompaño hasta su casa, si quieres…
-No, si yo sé ir…lo que es que no quiero…
-Pero ¿por qué?
-Pues porque ¡para estar allí callao!…Si fuera antes, que me sabía muchos chistes y cuentos …Pero ahora ya ni entiendo lo que me dicen…
-¡Cómo que no! Y lo que sabes de las vacas y las víboras, ¿no te acuerdas?…
-Pues que una vez, quitando los chupones de las olivas, a uno le picó una víbora en un dedo y como tenía la estraleja en la otra mano, se lo cortó allí mismo y se fue al pueblo a curarse…y se salvó, pero después, no se le ocurrió otra cosa que volver a buscar el dedo…y esa fue su perdición…porque al llegar al sitio, se habían arremolinao allí las avispas a la sangre y una le picó en el cuello, en una vena de las que van al corazón… y ¡lo que son las cosas! Cayó muerto antes de llegar al pueblo… del veneno de la avispa…
-Pobre hombre…
-¡Él se lo buscó!